El sábado era nuestro último día en el continente africano.
Teníamos que volver a atravesar el diluvio que por allí se había instalado
desde el inicio de nuestro viaje para llegar a Ceuta y cruzar frontera y
estrecho, a última hora de la tarde. A media mañana íbamos bastante bien de
tiempo, por eso la intranquilidad corría por el grupo; algo tenía que pasar.
Era demasiado extraño que todo saliera como estaba previsto. Y al final de
aquella bajada, justo cuando la carretera empezaba a subir otra vez, llegó la
desgracia. Un burro empezó a correr en dirección contraria a la del sentido
común justo cuando por allí pasaba un camión, que venía hacia nosotros. El
camión pilló al burro en la parte de atrás, a la altura de la cadera, que giró
sobre sí mismo golpeándose violentamente la cabeza con la puerta del camión. Eso
le produjo una muerte instantánea al pobre animal y también que saliera
despedido deslizándose por el asfalto, en trayectoria de colisión con nuestra
fila de motos. Pau, que siempre iba el primero frenó con todas sus fuerzas,
pero no pudo evitar atropellar el cadáver del burro y saltar como un gato por
encima de su moto, porque cayó de pié. Pau tuvo mucha suerte, no le pasó nada
aparte del susto, pero la moto no tanta. Se dobló la horquilla y quedó coja. No
podía seguir. Menos mal que llevamos un camión y podemos subir la moto en él. No
me cansaré de decir que en Marruecos siempre puede pasar cualquier cosa.
Esa noche, hotel en Algeciras y el domingo bien prontito de
vuelta a casa. Aunque a la altura de Granada decidí pasar noche allí porque
llovía a mares y venía mucho coche en dirección a Madrid. Ningún problema,
visita al Paseo de los Tristes (mirad cómo bajaba el riachuelo), cervezas con
esas pedazo tapas y copita que nunca perdono en el Pata Palo. Esto sí que es un
mágico fin de fiesta.
Habían pasado 10 días, pero gracias a la intensidad del
viaje parecía que habían sido 10 semanas. Qué ganas tenía de hablar con mi
gente y de compartir el viaje con mis compañeros participantes en la Maroc Challenge , que también
estaban de vuelta de su aventura con los pandas. De hecho agoté las pilas del
teléfono en un par de horas o tres.
Aquí acabó el viaje, pero no quiero terminar la crónica sin
agradecer toda la ayuda prestada y nombrar a cada uno de los integrantes del
grupo. De verdad que un 10 al viaje y un 10 a todos los que a él fueron. Gracias a los 3
de la organización, Roc, Pau y Álvaro por todo el esfuerzo, el interés y por
confeccionar un viaje difícil de olvidar. Gracias a Juanito por los guantes de
enduro, a Javier (de Valencia) por tirarse a la arena y joderse su pierna sana
para no atropellarme en el hostión del desierto, a Josep y David por ayudarme
tanto con el pinchazo, a Nacho por dejarme el forro interior impermeable y a
Javier (de Madrid) por dejarme la pomada de Voltarén (por cierto, me la quedé,
¡lo siento!). Son sólo ejemplos que me sirven para nombraros, compañeros. Ah,
que se me olvidaba: ¡¡¡ALAVAROOOOOOO!!! jajajajajajja
Bonita crónica en cuatro partes donde confluye lo visible y lo invisible, los elementos físicos y lo perceptivo. Sufrimiento, belleza, miedo, frío y calor, el territorio nos envuelve al transitar por él y, al sentirlo y percibirlo, se convierte en paisaje. ¿Es la necesidad de superación o es la añoranza de lo natural lo que nos impulsa a aventurarnos en esos lugares poco transformados? Eso sí, exportando con nosotros pequeñas comodidades que no nos alejen del todo de nuestra cotidianidad. Porque,¿quién es el obstáculo en el desierto, la arena o la moto?
ResponderEliminarEnhorabuena por el viaje...y por la crónica.
Enhorabuena por el pedazo de viaje y muchas gracias por la cronica! me ha encantado... había momentos mientras la leía que parecía que estaba viviéndola yo mismo; definitivamente viajaré a Marruecos en cuanto me sea posible, y si puede ser con Roc, creo que será genial!
ResponderEliminarUn saludo! ;)