Esta vez nos liamos la manta a la cabeza. Nos apetecía alejarnos
de la “basura” que nos rodea en Madrid desde hace años, aunque esta última semana parezca más visible porque se ha materializado en forma de bolsas tiradas. Habíamos pensado en Somiedo, Asturias, pero el
tema del alojamiento estaba bastante complicado y finalmente decidimos ir a
nuestro siempre querido Ordesa. No recuerdo el momento en el que perdimos el
norte, y debidamente hipnotizados por los cantos de sirena de los
espectaculares paisajes de Ordesa, buscamos la ruta más “bonita” por la zona y
ya está ¡todos entusiasmados y ansiosos porque llegase el día!. Esta fue la
ruta elegida bajo los efectos del entusiasmo:
Y el entusiasmo no miente, sólo oculta información o distorsiona la realidad a su gusto. A pocos días de irnos, nos dió por mirar la dureza de la ruta, que no habíamos hecho hasta el momento. Es en ese momento cuando uno se enfrenta a la realidad, y maldita sea, ¡que poco atractiva es!. Somos unos simple aficionados, que nos gusta esto y los retos, pero coño, ¡hemos elegido una ruta de 43 kms, de 150 IBP (ver esta página para saber de qué hablamos), con 26 kms de subida constante, 1400 metros de desnivel y 1600 metros de desnivel acumulado! Era evidente que sería la ruta más dura a la que nos habíamos enfrentado hasta la fecha, y encima la previsión metereológica echaba más leña al fuego, bueno no, en este caso, más hielo al iceberg, porque las temperaturas iban a ser realmente bajas, complicando aún más la ruta. Para culminar esta fabulosa receta, tendríamos que llevar mochilas con bastante peso, debido precisamente al frío, posible lluvia y la duración de la ruta.
Aún con todo, un resquicio de locura es capaz de ganar la
batalla a una tonelada de cordura y el viernes al salir de trabajar, quedamos
los cuatro, cargamos los coches y salimos rumbo al pirineo. Llegamos tarde,
pero con tiempo suficiente para tomar un par de cervezas, preparar la pasta
para desayunar antes de comenzar la ruta y cenar.
A las nueve y media de la mañana del sábado ya estábamos
preparados para salir. Algo más tarde de lo previsto pero bueno, no es mala
hora. El frío es intenso, alrededor de dos grados, pero nos engañamos a
nosotros mismos diciéndonos que en cuanto empezásemos a pedalear se pasaría en unos
minutos. No es mentira del todo, sólo que esos pocos minutos se convirtieron en
casi media hora hasta que empezamos a entrar en calor.
Al poco de comenzar, nos encontramos con la primera
sorpresa. Un precioso y atlético perrillo que aparece de la nada, decide que
quiere acompañarnos en la ruta. En realidad miento, no nos quería acompañar, la
quería liderar. No tenemos muy claro cómo, pero se puso delante de nosotros y
ya no necesitamos más el gps. Nuestro nuevo amigo se hizo delante de nosotros
exactamente el recorrido que teníamos en el gps. Puede que nuestro querido
amigo, con su buen olfato canino, pudo detectar ese resquicio de locura que nos
hizo no valorar adecuadamente nuestras fuerzas, y por pura lástima decidió
acompañarnos… por si acaso. Te estamos muy agradecidos compañero, fue una
magnífica compañía.
Cuando llevábamos realizados unos 12 kilómetros de
subida, aún con un desnivel moderado, decidimos parar a realizar la primera
parada para comer algo e hidratarnos. Las mochilas pesaban mucho y llevábamos
bastante ropa encima, con lo que estábamos empapados de sudor. Habíamos parado
en un zona sombría, como sombrías se volvieron nuestras esperanzas de completar
la ruta. Este fue uno de los peores momentos. El frío seguía siendo muy intenso
y con el cuerpo y ropa empapados, empezamos a temblar de forma un poco
preocupante. No es que fuese grave, pero estábamos alrededor de 1500 metros de altitud
y en zona boscosa, protegida del viento. Si a 2200 metros que teníamos
que llegar, el frío era más intenso y con fuerte viento, la situación sí podía
ser preocupante. Decidimos seguir porque en la mochila, entre otras cosas, llevábamos
algo de ropa seca de recambio.
Continuamos el ascenso y por suerte, parece que mejoró un
poco el día, regalándonos el sol su reconfortante calor que tanto necesitábamos
para seguir en marcha, como si fuésemos lagartos. Por fin, al llegar a una
curva a derechas, aparece ante nosotros de repente, sin avisar, el espectacular
gallinero de Ordesa. Hicimos una parada para echar unas fotos y beber algo y
continuamos para arriba.
Esta última parte fue la más dura físicamente. Las pistas se plegaban apuntando cada vez más al cielo, tornándose en duros desniveles para la cantidad de kilómetros de subida acumulados que ya llevábamos encima. Para colmo, cuando coronábamos uno, se descubría ante nosotros otro aún peor. En cualquier caso, la batalla la teníamos ganada. Estábamos a dos mil y pico metros, el sol brillaba, el paisaje nos regalaba unas vistas difíciles de explicar a quien no conoce la zona y nuestro nuevo amigo nos animaba. Nada podía impedir que llegásemos a nuestra meta, al mirador de Ordesa. Era inevitable.
Esta última parte fue la más dura físicamente. Las pistas se plegaban apuntando cada vez más al cielo, tornándose en duros desniveles para la cantidad de kilómetros de subida acumulados que ya llevábamos encima. Para colmo, cuando coronábamos uno, se descubría ante nosotros otro aún peor. En cualquier caso, la batalla la teníamos ganada. Estábamos a dos mil y pico metros, el sol brillaba, el paisaje nos regalaba unas vistas difíciles de explicar a quien no conoce la zona y nuestro nuevo amigo nos animaba. Nada podía impedir que llegásemos a nuestra meta, al mirador de Ordesa. Era inevitable.
Una vez arriba, disfrutamos de nuestra victoria, pero no por
mucho tiempo. El sol desapareció, y la
montaña se empezó a cubrir con unas nubes que no querían nada bueno. Ya habían
esperado bastante por nosotros y se las veía impacientes, así que bajamos los
sillines para el descenso, y nos lanzamos para abajo.
El descenso lo podíamos realizar por pista ancha y rápida,
aunque muy bacheada y con mucha piedra, o “atajando” por la ladera de la
montaña por complicadas, pero divertidas, trialeras. Al final decidimos mezclar
un poco y bajar casi todo por pista rápida, intercalando alguna trialera. Costó
un poco coger el ritmo después del cansancio acumulado y tanto ascenso, pero
como ya he dicho, somos como lagartos, y una que vez que cogimos calorcito… nos
lanzamos a tumba abierta por unas preciosas pistas anchas entre bosques,
enlazando curvas y saltando entre piedras que nos hacía temer por nuestras
bicis, hasta llegar al primer pueblo, Torla, para finalmente ir por carretera de
nuevo a Broto. Definitivamente, necesitamos otras bicis más adaptadas a estos
trotes… y como dije antes… nuestra pequeña parte de locura se impondrá a
toneladas de cordura, ¡por suerte!
¡Hasta la próxima!
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